domingo, 16 de diciembre de 2012

CONFLICTOS DE INTERES


Por múltiples motivos, en las últimas dos décadas la neurociencia, es decir el estudio del sistema nervioso y en especial del cerebro desde diversas disciplinas científicas como la neuroanatomía, la biología molecular o la neuropsicología, ha pasado a ser uno de los principales centros de interés de la investigación científica y casi no hay campo de la actividad humana que no sea mirado a través de este nuevo paradigma.

Eduardo Punset, el más mediático de los divulgadores del pensamiento científico en España, publicó en 2006 un libro titulado "El alma está en el cerebro" en el que aborda diversas cuestiones sobre la mente humana, cuestiones habitualmente situadas en el terreno de la filosofía y/o la religión, tales como las emociones o la consciencia, pero esta vez desde el punto de vista de los últimos avances neurocientíficos.

Sin duda Punset eligió el título de su libro para oponerse a la Iglesia Católica contra la cual se han enfrentado históricamente los científicos cada vez que un descubrimiento atacó su posición de poder, poder éste en otros tiempos absoluto pero que la Iglesia aún conserva en grandes cuotas y que todo hace pensar seguirá conservando por largo tiempo, ya que los medios masivos de comunicación entienden que el pensamiento crítico consiste únicamente en hablar mal del fanatismo religioso musulmán, los derechos humanos en China o las democracias latinoamericanas, pero nunca en poner contra las cuerdas al Estado Vaticano, una teocracia oscurantista en pleno corazón de Europa que se rige por principios homófobos y sexistas.

Las reacciones y castigos que la Iglesia dirigió desde antaño contra los científicos, pensemos en los casos ejemplarizantes de Galileo Galilei y Miguel Servet, uno condenado a cadena perpetua y el otro a la hoguera, hay que enmarcarlos como efectos del choque permanente entre las esferas del poder y del conocer: aunque estas esferas giren sobre la misma órbita lo harán siempre en direcciones opuestas, pues el poder se dedica a fijar y mantener el estado de las cosas para que su situación jamás cambie, mientras que el conocimiento, al proponer nuevos modos de ver y relacionarnos con las cosas, cambia continuamente el mundo según lo habíamos conocido. Entre el poder y el conocer siempre habrá un conflicto de intereses, si uno pretende estabilizar la realidad para siempre el otro inevitablemente la desestabiliza.


Izquierda: "Splitting", Gordon Matta Clark, 1973 - Derecha: "La lección de anatomía del Dr. Deijman", Rembrandt, 1656

Para Gordon Matta Clark entender la arquitectura suponía diseccionarla. Durante los primeros seis siglos de la Edad Media la Iglesia no fue proclive a las disecciones de cuerpos humanos por considerarlas profanaciones y como Aristóteles y Galeno habían escrito todo lo que había que saber sobre las disecciones basándose en las de algunos animales, aquél que quisiera conocer cómo eran los órganos internos de un humano no debía hacer otra cosa más que consultar los escritos de estas dos autoridades griegas. Las disecciones como forma de estudio no serán retomada en Europa hasta que en el siglo XII comiencen a formarse las primeras universidades, donde se practican en cerdos y convictos para impartir nociones de medicina.

Si bien hoy la Iglesia repite que jamás dictó prohibición alguna sobre las disecciones humanas para intentar lavar su papel de censora del conocimiento pre y post universitario, éstas sí debían contar con su autorización expresa para que la Inquisición no llegara luego blandiendo entre antorchas la acusación de herejía. Para el poder la producción de conocimiento debe estar siempre bajo su total control. Aún así, el siglo XV vio nacer entre estudiosos de todo tipo una verdadera pasión por las disecciones humanas que comenzaron a practicarse con y sin permiso, a plena luz del día o bajo velas clandestinas para desentrañar "la máquina humana", tal la expresión de Da Vinci.

Para cualquier pintor del Renacimiento la anatomía humana era una materia obligatoria que comenzaba a estudiarse consultando libros, yesos y dibujos de los maestros en la bottega, como hizo el joven Leonardo cuando era aprendiz en el taller del Verrocchio, el cual estaba al servicio de Lorenzo de Medici. Pese a este interés juvenil por la anatomía, no descubriría Da Vinci su pasión por la disección humana hasta los 55 años con el cadáver de un anciano en un hospital de Florencia. Poco más tarde entraría en contacto con Marcantonio della Torre, un experto médico anatomista de la Universidad de Pavía, con quien proyectó en conjunto el más completo tratado de anatomía realizado hasta el momento, para el que realizó más de 200 planchas listas para imprimir con detallados dibujos y anotaciones a partir de las disecciones que él mismo practicó a una treintena de cadáveres, entre ellos algunos de mujeres embarazadas.

Notas tomadas por Leonardo Da Vinci durante las disecciones de cadáveres humanos que él mismo realizaba

Este ambicioso proyecto de Leonardo jamás llegaría a la imprenta, sería repentinamente interrumpido la noche en que el Papa León X entró sin anunciarse en los aposentos de Leonardo, que estaba alojado en la mismísima casa del Papa, se cuenta que para recriminarle la tardanza en la ejecución de un encargo que el florentino nunca terminaba, y se encontró al viejo Da Vinci escalpelo en mano junto a un cadáver desollado y desmembrado a la luz de las velas, aprovechando el frescor nocturno para que la carne muerta tardara un poco más en oler demasiado. León X, que era hijo de Lorenzo de Medici, acusó a Leonardo de prácticas sacrílegas y prohibió su entrada en el Hospital del Espíritu Santo. Después de esto Da Vinci abandonó Roma y dijo eso de "los Medici me han creado y los Medici me han destruido".

También Miguel Ángel, pero este desde muy joven, se dice que desde los 17, se apasionó por la disección de cadáveres humanos. Se sabe que el año que pasó en Florencia tras su regreso de Bolonia, donde había huido por cuestiones políticas, y antes de irse a Roma a esculpir la "Pietá del Vaticano", es decir a los 21, Buonarroti pasó casi todas sus noches en la morgue florentina diseccionando cadáveres.

El interés de Miguel Ángel por el estudio de la anatomía humana no hay que centrarlo únicamente en su obsesión por superar en formalización a la estatuaria griega que tanto admiraba. En 1990 Frank Meshberger, doctor en medicina, publicó en una revista científica norteamericana un artículo cuyo título traducido es "Una interpretación de la Creación de Adán de Miguelangel basada en la neuroanatomía" . En dicho artículo Mashberg propone que en esta imagen que pintó Miguel Ángel en el techo de la capilla Sixtina, terminada ahora hace exactamente 500 años, Dios y el resto de personificaciones que lo acompañan, envueltos todos dentro de un manto púrpura, no son otra cosa que la figuración de un corte sagital del cerebro humano.

Izquierda: detalle de "La Creación de Adán", Miguel Ángel, 1508/15012 - Derecha: Corte sagital de un cerebro humano

De ser esto así, y es altamente probable que así sea, Miguel Ángel se habría tomado al pie de la letra la concesión hecha por el Papa con tal de que aceptara el encargo, de pintar la Sixtina como él quisiera y no sólo con los doce apóstoles como quería el Papa, pues Miguel Ángel se negaba a pintar capilla alguna ya que se consideraba escultor y no quería fracasar realizando un trabajo mediocre en un ambiente artístico tan competitivo como la Roma del Renacimiento. Y con este cerebro abierto al medio estampado para siempre en el techo más memorable de entre todos los pintados, Miguel Ángel hacía ver que Dios era una concepción interior del hombre, un estado mental que le permitía al hombre verse a sí mismo en todo su esplendor y para eso no se necesitaba ningún intermediario como la Iglesia, algo con lo que sin duda no iba a estar jamás de acuerdo el Papa, que como jefe de una organización instalada en el poder hubiera preferido colocar ahí un gran cartelón publicitario con un Pantocrator (El Todopoderoso) y no una idea peculiar de un artista que por más que su apodo fuera "El Divino" no se le había contratado para abrir ningún debate, sino para cumplir con su trabajo de embellecer con pinturas la bóveda de una capilla, y por eso tuvo el artista que velar lo que su imagen declaraba con un manto púrpura y unas cuantas personificaciones.

La tesis de Meshberger fue de alguna manera apuntalada por otro artículo publicado en 2010 en la revista Neurosurgery por Ian Suk y Rafael Tamargo, dos neuroanatomistas de la Johns Hopkins University School of Medicine de Baltimore, donde manifiestan que la supuesta incorrección anatómica del cuello de Dios separando la luz de las tinieblas pintado por Miguel Ángel en la Sixtina que tanto ha intrigado a los críticos por su angulación y formas singulares, no se debe, como todos podemos suponer, a ninguna impericia de Buonarroti sino a que se trataría de una representación algo camuflada de un cerebro humano visto desde abajo.

Ilustración creada para explicar la teoría de Suk y Tamargo

La mayor parte de lo que conocemos hoy sobre la pintura griega antigua no lo sabemos a partir de sus ejemplos, casi no nos ha llegado ninguno, sino de los escritos que la comentan. Cuenta Plinio el Viejo que Apeles, el más afamado pintor de la Edad Antigua, fue un día a Rodas a visitar a Protógenes, otro gran pintor del momento. Al llegar a la casa de Protógenes éste no se hallaba presente, pero había dejado una tabla sobre un caballete lista para ser pintada. Apeles tomó un pincel, lo mojó en un color, trazó una finísima línea sobre la tabla y le dijo a la anciana que cuidaba la casa que le transmitiera a Protógenes que había venido a visitarlo el que había trazado esa línea, tras lo cual se marchó. Al volver Protógenes y ver la línea supo que se trataba de Apeles, entonces trazó con otro color una línea aún más fina sobre la que ya había pintado Apeles y le dijo a la anciana que si volvía le dijera que el que trazó la segunda línea era ese a quien Apeles buscaba, tras lo cual se marchó. Volvió Apeles por la casa de Protógenes y con un tercer color recorrió la línea y el resto de la tabla con pinceladas tan finas que ya no hubo oportunidad de agregar nada más y volvió a marcharse. Al volver y ver esto último, Protógenes reconoció que Apeles era el más grande de los pintores y fue corriendo al puerto de Rodas a buscar a su huésped. Plinio agrega que él mismo pudo contemplar esta pintura hecha de "líneas que escapaban a la vista" antes de que un fuego la consumiera.

Las interpretaciones sobre qué fue lo que Protógenes y Apeles pintaron sobre esa tabla son incontables. La más interesante, dadas sus implicaciones, es la que dice que Apeles con su primera línea dibujó un elemento, Protógenes con la segunda le agregó la sombra y Apeles con la tercera le pintó los brillos, con lo cual ya no había nada más que agregar. Es decir, con el primer color Apeles describió un objeto, con el segundo Protógenes le dio relieve y con el tercero Apeles lo puso en relación con su contexto, convirtiéndose así en el más grande de todos los pintores.

En este texto intenté seguir las enseñanzas de Protógenes y Apeles. Primero presenté un objeto (la oposición entre el poder y el conocer), después le di relieve (la Iglesia frente a las disecciones de cadáveres humanos) y a continuación lo pondré en relación con el contexto actual.

En otra entrada de este blog titulada LA VIRGEN DEL MERCADO escribí sobre la interesante idea de Walter Benjamin de ver el Capitalismo como un fenómeno religioso desarrollado a partir del cristianismo, fenómeno basado en el culto al consumo permanente de productos innecesarios sin fiesta ni descanso. Tal fenómeno religioso actual es sostenido por una casta sacerdotal privilegiada y todopoderosa, como lo era en su momento la curia cristiana cuando detentaba el poder. Dicha casta sacerdotal posee sus templos (las Bolsas de "valores") sus aparatos de propaganda (los medios masivos de "información") y sus lugares santos (los "paraísos" fiscales).

El control que ejerce esta casta sobre el conocimiento (como todo grupo hegemónico jugará siempre en contra del conocer porque lo desestabiliza) no difiere en nada del que la Iglesia Católica ejercía en tiempos de Leonardo, Servet o Galileo.

Y tambien hoy como entonces, pensadores como Charles Ferguson, director del documental "Inside Job", ponen en circulación conocimientos que cuestionan la autoridad de la casta sacerdotal: