martes, 21 de febrero de 2012

DEL COLOR DE LAS MORAS

Circula por los hilos de la Gran Red un relato tan seductor como inexacto sobre el origen del nombre del BlackBerry, el famoso smartphone de RIM. Según este extendido hoax, en épocas en que la esclavitud era totalmente legal en Estados Unidos, entre los amos se denominaba “mora”  (blackberry) a la irregular bola de hierro que ataban al pie de los esclavos en las plantaciones de algodón para que no se les escaparan. Como decía el poeta, la historia es una morcilla (está hecha de sangre y siempre se repite) y hoy, aunque la esclavitud ya no es del todo legal, el grillete moderno se sigue llamando BlackBerry y se lo proporcionan los jefes a sus empleados para tenerlos 24 horas al día atados inalámbricamente a su trabajo.


Esta brillante falsa explicación que posee toda la belleza táctica de lo verosímil (una explicación verosímil siempre funcionará mejor que una verdadera porque el cerebro no ha evolucionado para comprender el mundo sino para sobrevivir en él),  trae en su tarjeta de memoria un polémico concepto de la historia del arte que intentaremos abrir a continuación: la supervivencia de las imágenes.

No tengo dudas que Aby Warburg, el introductor a contracorriente de su siglo,de la idea de supervivencia aplicada a las imágenes, hubiera disfrutado explorando las heterogéneas temporalidades que, como en una macedonia, conviven entremezcladas en la visión de un antiguo y rudimentario grillete a partir de un actual teléfono inteligente, mediante el uso eufemístico del nombre de una fruta.

Este último punto tiene el interés no sólo de aprovechar una ocasión cualquiera para convocar, con el orgulloso placer de un sectario devoto, el fantasma del genio tutelar de todos los estetas no dogmáticos, sino principalmente hacer ver que procedimientos análogos al del bulo de Internet antes citado permitieron a los artistas del Renacimiento expresar su actualidad, a partir de la mezcla de relatos de la Biblia con formas de la Grecia clásica, resucitando imágenes caídas durante siglos en el sueño de la cultura.

Así, por citar uno de los miles de ejemplos famosos, Miguel Ángel pudo hacer en 1504 una escultura en mármol de 5 metros de altura de una figura humana, que se valía de la formalización anatómica griega y que evocaba la leyenda bíblica de la caída del gigante Goliat a manos del pastorcillo David, para simbolizar con ella el triunfo de los valores republicanos frente a la tiranía de los Médicis, y la actitud combativa que debían tener los jóvenes de Florencia ante la amenaza de los poderosos Estados Pontificios.

"David", Miguel Ángel - "Lanzador de flores", Banksy

Tampoco puedo dejar pasar la ocasión de mencionar, ya que viene muy a cuento, que la fuente literaria de “Romeo y Julieta”, una de las obras más famosas del teatro isabelino (ese teatro donde al decir de Damon Albarn las chicas son chicos que gustan de los chicos que hacen de chicas) es el relato popular de inspiración oriental “Píramo y Tisbe”, recogido por Ovidio en sus “Metamorfosis”. Cuenta Ovidio, al final de su relato, que Píramo al creer muerta a su amada se hundió un puñal en el pecho, tiñendo con su sangre las raíces del árbol donde había quedado en encontrarse con Tisbe, sangre a la que se sumaría más tarde la de ella al ver a su amado muerto, y que tal árbol no era otro que una morera, de ahí viene según Ovidio que las moras que hasta entonces eran blancas, son ahora tan oscuras como la piel de los esclavos de las plantaciones de algodón.

Lamentablemente la historia del arte fundada en el siglo XIX ha logrado imponer en la opinión común una mirada superficial y tranquilizadora sobre el arte, mirada que centra el interés en la presupuesta belleza de las obras y en categoría formales como el estilo y el gusto, para desactivar así cualquier carga de pensamiento divergente del discurso oficial, convirtiéndolo en un ameno entretenimiento empaquetado dentro de la industria del turismo, para hacer caja con las clases medias durante sus recreos vacacionales.

Si bien el invariable lugar que los periódicos le han asignado a las exposiciones artísticas sigue estando sintomáticamente en las páginas que quedan entre los anuncios de  las salas de espectáculos y los de comercio sexual, no debemos olvidar que, como decía Heráclito, "todo fluye" y al fin ese mal que a lo largo de los últimos dos siglos ha ido reduciendo el arte a la condición de simple pasatiempo, no durará más de cien años.

1 comentario: