miércoles, 29 de febrero de 2012

LA ARCILLA DEL TIEMPO

La idea del tiempo que manejamos hoy, la opinión común global acerca del tiempo, nos viene de la revolución comercial que brotó en el Gótico, floreció en el Renacimiento y se hizo bosque con el Racionalismo ilustrado. Este tiempo rectilíneo que progresa regular y homogéneo hacia adelante no es más que una de las infinitas formas que podemos darle. De hecho es la que le han dado según su conveniencia quienes desde entonces y hasta hoy aún dominan la realidad.

No parece haber otra forma de producir nuevas ideas más que la de salirse de lo establecido. Un pensamiento nuevo, por nuevo, no puede hacer otra cosa que contradecir la opinión común, que es justamente lo establecido. Es por esto que el arte, entendido como producción de sentido, siempre estará en contra de la opinión común. Y es por esto también que Platón en su República fascista avant la lettre nos colocaba a los artistas en el lugar que nos corresponde en ese tipo de sociedades: afuera. No hay nada peor para un estadista que quiere tener todo controlado que venga alguien a desestabilizar la realidad y la inercia  con que la vemos.

Por poco consciente que sea, cada artista con sus obras propone, brillante o estúpida, una forma singular del tiempo. Me dentendré en unas obras que se centran enfáticamente en un manejo particular del tiempo.

La primera es una serie de fotografías denominada "Teatros" que desde la década del 70 del siglo XX viene realizando Hiroshi Sugimoto, artista nacido en Japón y residente en Nueva York. "Teatros" es el resultado de fotografiar el interior de un cine (o exterior si es un autocine) durante la proyeccción de una película, con un tiempo de exposición igual y coincidente a la duración de dicha película. El resultado es una pantalla de un blanco radiante que contiene por suma las luces y sombras de todos y cada uno de los fotogramas de la película. No se trata sólo, como se suele hablar de estas fotos, de una condensación del tiempo, sino también de fabricar una especie de agujero blanco para las imágenes, un espacio de luz densificado, en el que los recuerdos de las imágenes (cinematográficas) del espectador van ascendiendo como una lava que fluye a partir de un magma temporal.


"Teatros" de Hiroshi Sugimoto


La segunda es un cuadro de 44,5 x 41 cm, pintado hacia 1660 por Johannes Vermeer, titulado "La lechera". Como el resto de la obra de Vermeer, este cuadro participa de ese tiempo que no es invento suyo, sino propio de un género más antiguo y que, con gran acierto sintáctico, se suele denominar en todos los idiomas mediante un oxímoron: en español "Naturaleza muerta" y en otras lenguas europeas, una vez traducido, algo así como "Tiempo detenido". Pero en este caso, el fino hilo de leche que cae, que casi podemos escuchar, introduce literalmente el fluir del tiempo dentro de ese tiempo detenido, anidando una forma temporal dentro de otra diametralmente opuesta.

"La lechera" de Johannes Vermeer de Delft


La tercera es un baile. Aunque todo baile tiene su música, no toda música tiene por qué tener un baile, pero menos probable que esto último es que lo tenga una tecnología. La era digital ha propiciado en todos los ámbitos artísticos un tipo de experimentación de la cual la música no ha quedado aparte. Esta experimentación tiene que ver con las posibilidades que se abren, a partir de la conversión de los sonidos en datos numéricos a los que aplicar algoritmos. El resultado del uso de esta tecnología aplicada a la música es una manipulación de las texturas sonoras, pero sobre todo del tiempo, como nunca antes había sucedido.

Larry y Laurent Bourgeois, más conocidos como "Les Twins", son un duo de baile originario de Guadalupe, una de esos resabios coloniales que los franceses todavía atesoran en el Caribe. Su forma de bailar se parece al B-Boying. Pero sólo se parece. Lo que hacen "Les Twins" no es bailar una música sino una tecnología, la tecnología digital que ha fragmentado, condensado, repetido, invertido, reflejado, distorsionado y toda la larga lista de transformaciones que permiten las fórmulas matemáticas, nuestra percepción del tiempo a través de su mejor encarnación: la música.


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