martes, 6 de marzo de 2012

EL UNICORNIO Y LA ESPALDA

En un texto de Han Yu, escritor chino del siglo IX, en el que Borges pudo percibir un tono precursor del de Kafka, se puede leer que "hasta los párvulos y las mujeres del pueblo saben que el unicornio constituye un presagio favorable. Pero este animal no figura entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales condiciones, podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo es. Sabemos que tal animal con crin es caballo y que tal animal con cuernos es toro. No sabemos como es el unicornio."

Tan difícil como ver un unicornio es rastrear el origen de la idea de "espalda", toda vez que una espalda es tal justamente porque no la vemos.



Sobre este asunto de las espaldas, un amigo de Bilbao que como yo se dedica a tan inútil tarea, me dijo que lo más añejo que él había encontrado se hallaba en un escrito de un alumno de Sócrates que fue después maestro de Aristóteles.

En el discurso que Aristófanes pronuncia en "El banquete" , se cuenta que en un principio la naturaleza humana era distinta a la de ahora, entonces hombres y mujeres formaban un solo cuerpo unido por las espaldas, tan redondo como una naranja, con ocho extremidades y dos caras en una misma cabeza. La inteligencia que esta completud otorgaba a los humanos los hizo tan insolentes a los dioses que Zeus, a falta de poder caparlos (se cuenta ahí también que los genitales los tenían para adentro) se vio obligado a partirlos por la mitad con un rayo para debilitarlos y también para que le resultaran más útiles, porque así duplicaba la mano de obra que le hiciera a él ofrendas. Es debido a esto que ahora vamos por ahí penando hasta encontrar nuestra media naranja y cuando la encontramos, si tenemos hijos, de tanto agacharnos nos duelen las espaldas.

Si bien no es lo más frecuente, no es del todo extraño encontrar en la pintura griega personajes representados de espaldas. Pero esta posición tenía su fuente en el repertorio de posturas de los actores dramáticos que poblaban el imaginario de los espectadores de la antigüedad, y era esto exactamente lo que esperaban ver los griegos sobre los mosaicos o los muros pintados, un actor que se mueve y a veces mira hacia el fondo de la escena, más que en un planteamiento de orden simbólico.

No es casual que la ausencia de espaldas durante la Edad Media, cuya pintura sólo admitía representaciones frontales, coincida con que la Iglesia no admitiera más verdad por fuera de la que encerraba un sólo libro, es decir, un libro sin espaladas. No fue hasta que Giotto empuñara los pinceles que volvieran a verse las espaldas en la pintura y hasta tal vez, y esto no es ninguna exageración, la primera vez que se vieron en absoluto.

Tampoco es casual que la reaparición de las espaldas coincidiera con la entrada en circulación por Florencia, provenientes de oriente, de los textos clásicos griegos, esas espaldas de la Biblia, marcando el inicio del cambio del teocentrismo hacia el antropocentrismo.

Pinturas italianas del siglo XIV: arriba retablos de Martini, Cimabue y Lorenzetti - abajo detalles de frescos de Giotto


Pues, según me dijo también este amigo, y éste es el agua por la que me partí hoy el coco, la espalda es aquello que no podemos ver de nosotros mismos sin la ayuda de otro. Siempre necesitamos a otro para que nos cuente cómo es nuestra espalda.

En estos tiempos de retorno al teocentrismo donde se adora ciegamente al Todopoderoso Mercado, tiempos en que lo único que se puede repetir como un loro sin ser un hereje es la Biblia del Neoliberalismo, contrariamente a lo que el Miedo les dicta a los políticos de turno, necesitamos tanto como siempre, pero mucho más que nunca, aprender a mirar como Giotto para ir en busca del otro ideológico, el otro moral, el otro estético, el otro ético, el otro religioso, el otro filosófico, el otro científico, en fin el otro cultural y todos los otros que ni siquiera imaginamos, para que nos cuenten cómo son nuestras espaldas.

Hasta ahora no se tienen noticias que haya habido alguien capaz de verse las espaldas por sí mismo. Y no es precisamente mirando el ombligo el mejor método para conocer cómo es por adentro la naranja.

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